Zygmunt Bauman, padre del concepto de la modernidad líquida –entendido como el fin de la era del compromiso mutuo y el comienzo de una época repleta de desafección humana- hablaba de las redes sociales como una trampa. De ellas decía que “no enseñan a dialogar porque es tan fácil evitar la controversia… Mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara. Las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa.”
Es decir, Bauman establecía la capacidad de crear, con las redes sociales, comunidades ficticias basadas en nuestros estándares culturales y sociales, lo que, en sus palabras, chocaba fuertemente con un elemento esencial de las “auténticas comunidades”: la controversia, la diferencia de opinión, el debate, como motor esencial para la evolución social.
Otras corrientes de pensamiento de la comunicación han enfocado esta idea llamando a este hermetismo de comunidades digitales autoinducidas “Cámaras de Eco”. El término fue acuñado por el profesor de Harvard Cass Sunstein que consideraba las echo chambers como segregadores de la opinión pública en “tantos y tan específicos apartados que la gente terminaría aislándose y eligiendo solo relacionarse a través de aquello afín a sus intereses y opiniones establecidas”. El desarrollo de su concepto abarcaba no solo las redes sociales sino aquellas tecnologías que contribuyeran en exceso a la personalización de contenidos en el consumo de información.
A este postulado se han ido uniendo diversos pensadores que han apoyado y matizado los elementos que podemos encontrar en la teoría de las “Cámaras de Eco”. A día de hoy, y limitándonos al entorno de las redes sociales en el panorama español, podemos encontrar claros ejemplos que la ratifican, siendo el más destacado el del controvertido nuevo Presidente de los Estados Unidos.
What the fuck: Por qué Donald Trump está en la Casa Blanca
La fatídica resaca post-electoral estadounidense dejó atónito al mundo entero. No es casualidad que el resto de países del globo se sintieran interesados por saber quién orquestaría una de las potencias económicas mundiales. Nadie entendió (y a día de hoy mucha gente sigue sin hacerlo) por qué un personaje sacado, literalmente, de un reality show, remarcadamente misógino y racista ha podido llegar a presidir la Casa Blanca.
La “Cámara de Eco”, en este sentido, ha podido jugar un papel trascendental en la espasmódica sorpresa. La demostración es sencilla: basta con mirar en tu muro. Cuando digo muro, digo timeline o cualquier interfaz de tus redes sociales. Desde que la caricatura política Trumpiana se postulara para Presidente de los EEUU hasta su desternillante victoria, pocas (muy pocas) han sido las voces (o mensajes) que han hablado en favor del nuevo Presidente. O tal vez han sido pocas (muy pocas) las que te han llegado. ¿Cómo se explica si no la victoria de Donald Trump? (y no, por mucho que tus redes sociales lo digan, Putin no ha tenido mucho que ver).
Y es que ha habido, y hay, una realidad social que cohabita en América del Norte y que no hemos sido capaces de ver. Una que, entre otras personalidades, ha querido describir y denunciar el conocido director de documentales Michael Moore en uno de los pocos textos que han pretendido proyectar el hastío que malvive el ciudadano medio estadounidense (‘Cinco razones por las que Trump va a ganar las elecciones’). Un hastío que les ha llevado a votar a un personaje que expresa, entre otras necesidades, la de romper con el stablishment que representa Hillary Clinton. Sin importar las consecuencias. En este sentido, Michael Moore es una de esas pocas voces que han conseguido franquear nuestra segregación autoinducida. Una de esas pocas voces a la que hemos preferido no hacer caso.
Afrontémoslo: la capacidad de autocrítica en el entorno digital no debe supeditarse al debate cómodo. La solución a nuestro hermetismo informativo, adaptado a nuestros gustos y caprichos, pasa por reconocernos como seres falibles que enriquecen sus conocimientos mediante la confrontación verbal pacífica (la conversación de toda la vida).
A fin de cuenta convertir las comunidades digitales en comunidades reales no depende de Zuckerberg, depende de nosotros mismos.
Santiago Cabrera Catanesi (@SantiagoCabCat)